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Medio ambiente

Titicaca: la vida de 3 millones de personas depende de un lago que se está secando

El lago navegable más alto del mundo, entre Perú y Bolivia, ha perdido más de medio metro de altura por la escasez de lluvias y por el aumento de la temperatura en un escenario de cambio climático. Se ha alterado la producción de totora, el ecosistema de más de 55 especies de animales y la vida de millones de personas que basan su economía en el Titicaca.

Olimpia Duran sostiene entre sus manos un palo de casi tres metros de largo, lo sumerge en el lodo y con él empuja lentamente su bote de madera. Rema con esfuerzo mientras evita golpear las más de treinta lanchas estacionadas a su alrededor, en el embarcadero ubicado frente al centro poblado Uros Chulluni, al norte de la ciudad de Puno. Lo que hoy luce como un canal angosto con pocos centímetros de profundidad, rodeado de tierra y arbustos secos, es el Titicaca, el lago navegable más alto del mundo que se está secando por la escasez de lluvias y el aumento de la temperatura en un contexto de cambio climático.

El lago Titicaca tiene una superficie de 8,200 kilómetros cuadrados -62 veces el tamaño de San Juan de Lurigancho, el distrito más poblado de Perú- y se extiende en la frontera con Bolivia a 3,810 metros sobre el nivel del mar. Su superficie acuática se ha retirado de la orilla hasta dos kilómetros en algunas zonas y su nivel, que llega a los 27 mil centímetros en su parte más profunda, ha disminuido en promedio 60 centímetros desde abril, según el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (Senamhi).

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El ingreso a las islas de los Uros desde el centro poblado Uros Chulluni se está reduciendo. Las familias temen no poder movilizarse con sus botes en los próximos años.
Foto: Liz Tasa

Mientras Olimpia conduce su bote rumbo a las islas flotantes de los Uros, donde nació hace 48 años, cuenta que el déficit de lluvias está afectando a su familia y a las cinco mil personas que viven allí, porque la totora está dejando de crecer. Los tallos de esta planta acuática, que tiene forma de vara, son entrelazados entre sí y utilizados para construir bloques de superficie que llevan como nombre q’illi. Estos bloques se unen con sogas de ichu hasta lograr una extensión de unos 300 metros cuadrados que sirve de base para las islas flotantes. Para asegurar la inmovilidad del q’illi, se plantan en el fondo del agua extensos palos de eucalipto a la altura de sus lados y luego se ancla con una roca. Por último, se añade una capa de dos metros de altura de totora fresca y otro metro de seca.

Cada 15 días, Olimpia tiene que añadir totora sobre la superficie de su isla, pero para conseguirla ahora viaja casi tres horas en bote a la profundidad del Titicaca, como quien se va a la frontera boliviana. Los totorales cerca de su casa no son útiles porque están amarillos y en algunas zonas se han secado por el calor. “Yo quiero que llueva al menos una o dos semanas seguidas. Si no hay agua, ¿cómo vamos a conseguir la totora?, ¿cómo vamos a salir y entrar a las islas?, ¿qué será de mi familia?”, se pregunta.

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La actividad principal de la familia de Olimpia Duran es el turismo. También pesca, pero lo recolectado solo es utilizado para su consumo.
Foto: Liz Tasa

En todo el lago hay más de 60 mil hectáreas de totorales, equivalente a 84 mil canchas de fútbol, que además de ser el insumo para construir viviendas, embarcaciones y artesanías que las familias venden a los turistas, son el hábitat de al menos 20 tipos de peces y 35 especies de aves. El biólogo y director de la ONG Natural Way de Puno, Jhazel Quispe, cuenta que los totorales son el refugio de una especie de ave conocida como el zambullidor del Titicaca, que no tiene la capacidad para volar y que utiliza la planta para anclar sus nidos. En el distrito de Chucuito, por ejemplo, esta ave se está quedando sin lugares para vivir porque la superficie del lago se está alejando de la orilla y debido a ello la totora se está secando.

Los pronósticos no son alentadores. Se estima que antes de que acabe el año podría disminuir 99 centímetros, una tendencia similar o peor a la de la sequía de 1982-1983. En aquella época, Olimpia apenas tenía siete años de edad y varias de las familias que vivían en las islas de los Uros tuvieron que migrar porque no podían subsistir de la pesca ni de la caza que realizaban en el lago, recuerda mientras estaciona su bote en Cota Uma (que traducido del aymara significa agua del lago), una de las 150 islas donde vive con su esposo y sus dos hijas en edad escolar.

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El nivel del agua del lago Titicaca de este año es uno de los más bajos comparado con las sequías que ocurrieron en 1982-1983 y 1998-1999.
Imagen: Senamhi

Olimpia desciende y se sienta sobre la totora amarilla. A diferencia de otras islas donde las familias venden artesanías y reciben a turistas para explicarles su cultura, Cota Uma está desolada. Alrededor hay varias casas, pero están cerradas con candados. Las otras seis familias que vivían allí se fueron hace seis meses en busca de trabajo porque el turismo ya no es rentable. No solo porque es más complicado conseguir totora para elaborar las artesanías, sino porque hay menos turistas a raíz de las restricciones de viajes por la pandemia de la covid-19 y luego por los abusos cometidos por la fuerza pública durante las protestas sociales en la región.

Desde hace un año y medio, Olimpia lleva a turistas en su bote hacia las islas flotantes de los Uros. Es la única forma que encontró de obtener dinero. Hay días en los que puede hacer hasta seis viajes, con dos a cuatro pasajeros, pero otros en los que con suerte llega a uno. Su esposo también se dedica al turismo y desde el centro de Puno le ayuda a conseguir pasajeros.

¿Por qué se están alterando las lluvias en el altiplano?

El lago Titicaca tiene tres fuentes de ingreso de agua. El 55% proviene de las lluvias, principalmente de las que ocurren entre noviembre y marzo de cada año. Sin embargo, en noviembre de 2022 llovió la décima parte de lo esperado y el resto de meses la tercera parte. Otro 44% del agua se debe a sus afluentes, como los ríos Ramis, Coata, Ilave, Huancané, Lampa y Cabanillas. El problema está en que también han sido golpeados por la escasez de lluvias y sólo han alcanzado entre el 41% y el 87% de sus caudales habituales. El 1% restante llega del subsuelo.

Sixto Flores es ingeniero meteorólogo con más de 20 años de experiencia y jefe del Senamhi en Puno. Desde su oficina, donde labora con una docena de profesionales en meteorología e hidrología, cuenta que en los últimos años el patrón de las lluvias se está alterando y eso se debe a la sucesión de varios fenómenos que están ocurriendo como La Niña y El Niño.

La Niña es un fenómeno natural que enfría la superficie oceánica en el centro y oriente del Pacífico ecuatorial y provoca alteraciones en los vientos y en las lluvias. Este evento ha ocurrido tres años consecutivos y ha ocasionado a la sierra peruana una primavera más seca de lo usual que luego se puede caracterizar por un periodo más lluvioso. “En las zonas donde La Niña favorece las sequías, las lluvias llegan con poca cantidad de agua y esta afectación se va alargando hasta el año que sigue”, explica Alejandro Jaramillo, investigador del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

En cambio, El Niño se caracteriza por el calentamiento de la superficie del mar en el Pacífico central. Este calentamiento, de acuerdo con el investigador principal del Centro de Investigación y Tecnología del Agua de la UTEC, Pedro Rau, quita un poco la humedad que normalmente debería haber en los Andes y eso ocasiona la escasez de lluvias. Este fenómeno, que es probable que se desarrolle este año con una magnitud moderada, es el controlador climático más importante en Puno porque desde 1960, el 53% de las sequías que se registraron ocurrieron bajo condiciones de El Niño. El resto sucedió mientras se desarrollaba La Niña o en años neutrales.

Además de estos dos fenómenos meteorológicos, el Perú ahora atraviesa El Niño costero, que ocasiona el calentamiento de la superficie del agua en el Pacífico ecuatorial. Empezó en marzo y, de acuerdo con el más reciente comunicado de la Comisión Multisectorial del Estudio Nacional del Fenómeno El Niño (ENFEN), se espera que continúe hasta el verano de 2024, debido a la alta probabilidad de que se desarrolle El Niño global. Bajo este escenario, existe un 41% de probabilidad de que las lluvias se presenten por debajo de sus valores normales y un 31% de que sean normales en Puno.

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En el puerto principal de Puno, la superficie del lago Titicaca se ha alejado unos 40 metros de la orilla. Varias embarcaciones han sido abandonadas.
Foto: Liz Tasa

Estos factores que influyen en el descenso del nivel del lago Titicaca se agudizan por el cambio climático, explica el ingeniero meteorólogo Sixto Flores. Lo expone de esta manera: “si tenemos un recipiente con agua a temperatura ambiente no pasa nada, pero si le ponemos más calor se empieza a evaporar. Eso está sucediendo con el lago a raíz del cambio climático”. El cambio climático está directamente relacionado con la actividad humana -como la quema de combustibles fósiles o la tala de bosques- que además de aumentar la temperatura a nivel global también intensifica los fenómenos meteorológicos. En Puno, el incremento ha sido de 0,8 ºC entre 1960 y 2010.

En una semana el lago puede perder 4 centímetros de su nivel por la evaporación. Este proceso representa el 95% de la salida de agua que tiene. El otro 5% se drena a Desaguadero, un río compartido por Perú y Bolivia.

El ingeniero geógrafo Ricardo Zubieta, del Instituto Geofísico del Perú (IGP), realizó junto a otros investigadores una proyección para conocer cuál sería el impacto del cambio climático en las cuencas del Lago Titicaca, Río Desaguadero y Lago Poopó para el periodo 2034-2064. Para ello, tomó como referencia datos de las precipitaciones y temperaturas que registraron el Senamhi de Perú y Bolivia entre 1984 y 2014. El investigador explica que, las sequías meteorológicas de corta duración van a prolongarse un poco más: si antes duraban un mes, ahora podrían ser tres.

El Proyecto Especial Binacional Lago Titicaca (PEBLT) ha realizado varias acciones para mitigar el impacto del déficit hídrico, como la implementación de módulos de riego. Salud con lupa solicitó una entrevista para conocer las acciones concretas específicamente sobre el lago Titicaca, pero hasta el cierre de este informe no fue aceptada.

Tres millones de personas dependen del Titicaca

A 15 minutos en auto del centro poblado Uros Chulluni vive Lidia Jilapa, una mujer de 50 años de edad que distribuye su tiempo en atender su bodega, los quehaceres del hogar y el cuidado de 20 ovejas. Cada día a las siete de la mañana, Lidia saca de su casa a sus animales, cruza la pista, los rieles del tren y los deja en un inmenso terreno al que arroja avena y cebada para que se alimenten. Hace diez años, el suelo que pisan sus ovejas estaba cubierto de agua y rodeado de totora y pasto fresco que podían comer.

Desde el 2014, la superficie del lago Titicaca se fue alejando de la orilla y con ello la posibilidad de alimentar mejor a sus animales. Si antes vendía una de sus ovejas a 250 soles hoy consigue la mitad porque están flacas. Como tampoco tienen agua para beber, les da en baldes el agua potable que llega con restricciones a su casa: solo está disponible cinco horas en el día y cuatro horas en la noche.

El mes pasado, la entonces ministra de Desarrollo Agrario y Riego, Nelly Paredes, entregó en Puno más de un millón y medio de kilos de pacas de heno de avena, de los 70 millones de kilos que llegarán a la región, para que los comuneros de diferentes distritos alimenten a sus ganados. Se trata de una medida paliativa ante el déficit hídrico en la región. “Acá no ha venido ninguna autoridad, la ayuda suele darse a la zona alta o media, donde los animales se están muriendo”, relata Lidia. Para la parte media y baja, la Autoridad Nacional del Agua (ANA) ha rehabilitado 87 pozos a tajo abierto para aprovechar el agua subterránea para consumo humano y pecuario, de un total de 437 pozos en los que trabajará.

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El Senamhi proyecta que en Puno habrá un déficit de lluvias de 25% en febrero y 22% en marzo del próximo año. Así, las familias seguirán siendo afectadas por la sequía.
Foto: Liz Tasa

Mientras sus ovejas se alimentan a metros del lujoso Hotel Lago Titicaca, Lidia se sienta en el pavimento que divide la pista de los rieles del tren y las vigila para evitar que los zorros las ataquen y se coman sus corazones. Si un cliente se acerca a su bodega, corre a atenderlo y vuelve lo más rápido posible: esa es la rutina que sigue hasta las cuatro de la tarde cuando guarda a sus animales.

Hay tres millones de personas en la parte peruana y boliviana del lago Titicaca que están siendo afectadas por su descenso y alejamiento de las riberas ya que dependen directamente de su agua para el turismo, pastorear a sus ovejas o vacas, y para pescar trucha y especies nativas como el carachi o el mauri.

Gilberto Machaca, por ejemplo, es un pescador de 62 años de edad que cada día, a las cinco de la mañana, parte del Puerto de Barco, en el distrito de Chucuito, para recoger de la profundidad del lago la red de nylon y piedra que dejó la tarde anterior. Con una chompa y un chullo se protege del frío mientras emprende el viaje en su bote. A las ocho de mañana, cuando está por regresar, su esposa Mercedes Sairitupa sale de su casa, a unos diez minutos de distancia a pie, y lo espera en el puerto.

La superficie del lago en esta zona también se está secando y algunos botes están abandonados entre el pasto seco. “Los han dejado allí porque sus dueños ya no pescan”, cuenta Mercedes mientras desenreda una red y voltea a ver si su esposo está cerca. Cuando lo ve, deja todo sobre el suelo y va a su alcance para ayudarlo a bajar del bote y recibir la bolsa de trucha que ha pescado. Su rostro se desencaja al ver que solo hay dos pescados.

“La trucha está abundando un poco más en esta zona, pero ahora hay que ir más lejos para atraparla. He viajado como una hora en mi bote y no he sacado ni dos kilos. A veces hay, a veces no hay”, dice Gilberto, quien pesca en Chucuito desde hace cinco décadas. Cada kilo de trucha lo vende a 10 soles en el mercado, pero la mayoría de días solo le sirve para su consumo.

En los últimos años ha sido más complicado pescar para él porque el nivel del agua ha bajado y tiene que ir más lejos. Por eso dejó de pescar carachi, una especie nativa del Titicaca que mide entre 10 y 15 centímetros, y de pequeños dientes, que se suele preparar como caldo. Cuando el agua llegaba hasta la orilla, ponía a pocos minutos de viaje en su bote la red y la sacaba a la semana con tres o cuatro kilos de carachi. Cuando empezó a secarse el agua, hace unos cinco años, tenía que viajar más lejos y solo atrapaba un kilo. Ese descenso ha sido monitoreado por el Instituto del Mar del Perú que para el invierno de 2022 calculó 1,047 toneladas de carachi en el lago Titicaca, menos de la mitad de lo que había estimado en el 2014.

La Autoridad Binacional del Lago Titicaca ha reportado una reducción de al menos 90% de peces nativos en la parte peruana y boliviana del lago, principalmente por la sobrepesca artesanal que también se realiza en épocas de veda. Aproximadamente el 30% se destina al consumo familiar y el restante a la venta en los mercados. Se estima que hay más de 5,000 personas que pescan indiscriminadamente y que están poniendo en riesgo de extinción a especies como el carachi, la boga, el suche y el mauri. Gilberto Machaca recuerda que cuando tenía diez años y su papá le enseñó a pescar, solo había tres pescadores en el puerto, pero que ahora ve a decenas de personas llegar -y más en otras zonas del lago-, con embarcaciones grandes que les permiten viajar más lejos y atrapar mayor cantidad de peces.

Además de la sobrepesca y los fenómenos meteorológicos más severos en un contexto de cambio climático, la contaminación también está acabando lentamente con el lago Titicaca.

El río Coata, por ejemplo, es uno de los principales afluentes del lago, pero sus aguas también llevan arsénico, plomo, zinc, aceites e incluso la bacteria Escherichia coli, responsable de males estomacales, según diversos monitoreos realizados por la Autoridad Nacional del Agua (ANA). En uno de sus informes de 2019, la institución identificó 22 fuentes contaminantes: ocho vertimientos de aguas residuales municipales, cuatro de aguas residuales industriales, siete botaderos de residuos sólidos y tres descargas de sustancias in situ. En parte, la contaminación se da porque ninguna de las ciudades por donde pasa el río tiene una planta de tratamiento de aguas residuales, mucho menos Juliaca, la ciudad que más contamina.

El presidente de la Autoridad Binacional del Lago Titicaca, Juan José Ocola, estima que al menos se necesitan 600 millones de dólares para tratar el problema de la contaminación en todo el lago, pero hasta ahora no hay una medida concreta por parte de las autoridades para controlar este problema ni mucho menos el riesgo en el que se encuentra el Titicaca y su ecosistema por el descenso de sus niveles de agua. “Todavía no estamos frente a una catástrofe. Esta situación debe servir como un escenario de reflexión para que los gobiernos tomen en cuenta que el lago es un sistema altamente vulnerable y que tenemos que tener una política para protegerlo”, señala.

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