Salud mental

El peso que cargan los universitarios

En 2021, un estudio del Consorcio de Universidades reveló que el 39% de estudiantes tuvo síntomas de depresión severa durante la pandemia y que cerca del 31% pensó en el suicidio. Aunque las universidades están retomando las clases presenciales, los especialistas aseguran que las secuelas emocionales del encierro tardarán un tiempo en desaparecer.

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Hubo quienes tuvieron que poner en pausa sus sueños por lidiar con cuadros de depresión, ansiedad e incluso intentos de suicidio.
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Era la segunda mitad del primer año de la pandemia y Paula sentía que su cuerpo se iba a romper en dos. Llevaba más de seis meses estudiando en la universidad a distancia y las consecuencias empezaban a notarse. “Todo mi sistema nervioso se alteró, mis emociones se estaban saliendo de control y sentía que estaba perdiendo contacto con la realidad”, cuenta. Aunque en años anteriores ya había tenido problemas para manejar la ansiedad, esta vez la situación estaba afectando todos los aspectos de su vida, sobre todo su desempeño académico.

El año pasado, el Consorcio de Universidades (conformado por la Pontificia Universidad Católica del Perú, la Universidad Peruana Cayetana Heredia, la Universidad del Pacífico y la Universidad de Lima), publicó un estudio que evidenció que la historia de Paula era también la de muchos otros universitarios peruanos. Entre los más de 7,700 encuestados, se encontró que al menos 39% tenía síntomas de depresión severa, 32% estaba experimentando un nivel inmanejable de estrés y 30.8% había pensado en el suicidio.

“Existen estresores que los universitarios conocen muy bien y que son esperables, como el hecho de que el nivel sea más alto en relación con el colegio, pero con esta situación, las preocupaciones fueron cambiando e incluso aumentando. Ellos ya no solo necesitaban aprender a organizarse, sino también tenían que lidiar con problemas de conectividad, con tener que concentrarse rodeados de la familia o dividir su tiempo para encargarse de las tareas del hogar y en algunos casos trabajar”, menciona Fiorella Otiniano, Coordinadora de Investigación y Desarrollo de la Universidad del Pacífico y una de las responsables de la investigación.

La pérdida de un espacio seguro

El duelo por la pérdida de ese espacio físico en donde los estudiantes podían ser ellos mismos es algo de lo que se habla poco, pero que tiene bastante peso a la hora de definir su estabilidad emocional. Para ellos, este ya no es solo su ‘patio de recreo’, como lo era cuando estaban en el colegio, ahora es también un lugar en donde las relaciones que establecen y las experiencias que suman los ayudan a definir quiénes son.

“Para varios jóvenes, la universidad es donde por primera vez pueden vivir libremente sin culpa. En donde van practicando cómo ser adultos, poniendo sus propias reglas. Por ejemplo, los que forman parte de la población LGTBIQ pueden expresar su identidad de género, cosa que muchas veces no es posible hacer en casa, sobre todo si vienen de hogares con ideas conservadoras”, explica María Alejandra García, psicóloga con formación en Terapia Dialéctico Conductual.

Para Paula, el ya no tener la posibilidad de poder ver a sus amigos al salir de clase fue algo que complicó muchísimo su situación. “Con la presencialidad todo era más dinámico, aunque tenía que leer muchas separatas y rendir varias pruebas, no me agotaba tanto porque podía distraerme viendo a mis amigos. Podía salir de esos espacios de estudio y hablar con ellos de las cosas que me interesaban sin sentirme juzgada. Estar en casa pegada frente a una computadora por más de diez horas y tener que conformarme con hablarles por Whatsapp fue duro para mí”, comenta.

“Privarse también de los rituales que forman parte de la experiencia universitaria, tan necesarios para su desarrollo como profesionales y como personas, ha sido muy fuerte. Sobre todo para los alumnos de los primeros y los últimos ciclos. Se les quitó todo. No pudieron tener un inicio ni un cierre normal”, explica Alvaro Valdivia, profesor universitario, psicólogo y fundador de Sentido, centro peruano de Suicidología y Prevención del Suicidio.

Sin recursos de afrontamiento

La llegada del coronavirus generó un cambio en la forma en la que se enseñaba y se aprendía. En muchos casos, se tuvo que hacer adaptaciones sobre la marcha, pero en ningún momento se tomó en cuenta que el agotamiento mental de los estudiantes, en algún punto, entraría en juego. Se suele pensar que los jóvenes, por ser jóvenes, lo pueden soportar todo. Se espera que sean fuertes, que resistan sin quejas las exigencias de los estudios, que aprovechen al máximo sus años de mayor vitalidad.

“Me junté con varios compañeros para pedir que los profesores nos tengan consideración con los tiempos de entrega, pero nos ignoraban. Después nos llegaban correos dándonos recomendaciones para cuidar nuestra salud mental. Nos decían que nos ejercitemos, que durmamos ocho horas como mínimo y que tomemos agua, pero con la cantidad de cosas que nos mandaban a hacer, se nos hacía imposible. Sus consejos no eran suficientes si no teníamos tiempo para seguirlos”, cuenta Paula.

La situación se complica cuando las casas de estudio restan importancia al impacto psicológico en sus alumnos. “Muchas universidades no están preparadas para lidiar con estudiantes con problemas de salud mental. Al mismo tiempo, muchos de ellos no saben cómo pedir ayuda porque se les ha hecho creer que ahora que han crecido tienen que poder con todo solos”, indica Fiorella Otiniano. Las cifras del estudio antes mencionado confirman esta hipótesis: solo un 18,5% de los afectados buscó apoyo psicológico o psiquiátrico entre el 2020 y el 2021.

Alvaro Valdivia se enteró que una de sus alumnas estaba pasando por una crisis suicida en medio de una clase. “Fue súper traumático porque todos lo supimos cuando lo mencionó en el chat. Tuve que parar todo para comunicarme con ella”, cuenta el psicólogo. “Felizmente logramos contactar a su familia y la ayudamos a comenzar un tratamiento, pero pudo haber sido una catástrofe”.

La presión por ser ‘alguien’

En un contexto marcado por la inestabilidad económica, social y política, la presión de los universitarios por acabar su carrera aumentó muchísimo. Ellos, que están en el tránsito entre ser dependientes de sus padres y empezar a ‘buscarse la vida’, comenzaron a sentirse estancados, como si hubiera una pared de concreto imposible de derrumbar separándolos de sus metas.

“Tengo que pasar todos mis cursos para terminar lo más pronto posible. No quiero que mi familia siga gastando dinero en mí. Necesito ser independiente, poder tomar mis propias decisiones. Esta idea la tenían más presente que nunca y era una piedra más en la mochila pesada que, de por sí, ya tenían que cargar”, menciona la psicóloga María Alejandra García.

Sin embargo, hubo quienes, aún con esta presión, tuvieron que poner en pausa sus sueños por lidiar con cuadros de depresión, ansiedad e incluso intentos de suicidio. Según un informe de la Dirección General de Educación Superior Universitaria del Ministerio de Educación, un 18,3% de personas abandonaron sus estudios durante el primer ciclo del 2020. Un porcentaje bastante superior al de años anteriores. Aunque los problemas económicos fueron la razón principal, los problemas de salud mental también tuvieron gran peso en esta decisión.

“Muchos estudiantes no lograron mejorar su situación a pesar de haber parado de estudiar. No solo tenían sentimientos de culpabilidad al sentir que se estaban quedando atrás, sino que sus papás los juzgaban por no poder dar más. Entonces era un doble sufrimiento”, reflexiona la psicóloga García.

A Juana, que está en séptimo ciclo de agronomía en la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana de Iquitos, se le negó esta posibilidad. Ella tuvo que arreglárselas para aprobar los siete cursos que llevaba, ayudar a sus dos hermanas menores con sus tareas y preparar todas las comidas para apoyar a sus papás. “Al principio sentí que iba a ser fácil, pero conforme pasaba el tiempo, mi cuerpo y mi mente se empezaron a debilitar. Llegué a tener varios ataques de pánico en los que no podía respirar. Era como si mi pecho y mi garganta se cerraran por completo”, dice.

Más mujeres que hombres se han visto en la misma situación durante los dos años de pandemia. De acuerdo a la Dirección de Políticas para el Desarrollo y Aseguramiento de la Calidad Universitaria, varias de ellas incluso han tenido que lidiar con violencia emocional, física y sexual dentro de sus hogares.

De vuelta a las aulas

El 10 de febrero de este año, el Ministerio de Educación anunció que las universidades públicas y privadas podrán volver a abrir sus puertas. Sin embargo, se tiene pensado implementar un modelo híbrido que combine clases presenciales y virtuales, de manera que los universitarios puedan llevarse lo mejor de las dos modalidades.

El cambio será progresivo y cada institución educativa podrá tener la libertad de determinar cuáles serán los horarios, los turnos y la duración del periodo académico.

La PUCP, por ejemplo, ha recomendado a los profesores alentar a los alumnos a prender sus cámaras. “Es importante saber qué nos quieren decir mediante su comunicación no verbal. Solo así podremos identificar que algo está pasando. Eso no se puede hacer viendo una foto o un cuadrado negro”, indica el psicólogo Alvaro Valdivia.

Los especialistas consultados hablan sobre que algunas de las principales secuelas que se podrán ver en los estudiantes en los próximos meses serán la ansiedad social y los problemas con la memoria y la regulación de las emociones. Las crisis emocionales dejan marcas que toman un tiempo en desaparecer y que deben ser tomadas en serio.

Por eso recomiendan que, ahora más que nunca, las casas de estudios capaciten a sus profesores para identificar si alguno de sus alumnos necesita ayuda. En sus palabras, es necesario que existan protocolos claros que prioricen el bienestar de cada uno de ellos, derivándolos a tiempo con el área especializada que pueda acompañarlos en su proceso.

Esto sin dejar de tomar en cuenta que también es importante ofrecerles la empatía, flexibilidad y comprensión que necesitan para cumplir con sus objetivos. No hay que olvidar que aunque es una prioridad que se conviertan en buenos profesionales, esto no se podrá lograr a costa de su salud mental.

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