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Foto: Max Cabello
Género

Las madres cuidadoras de Cuna Más no reciben un sueldo por su labor con los niños

Más de ocho mil mujeres atienden a diario a cerca de sesenta mil niños menores de tres años en las guarderías del Programa Nacional Cuna Más. No reciben un salario ni beneficios sociales, pues el Estado contempla su labor como un voluntariado. En sus manos está el desarrollo de muchos pequeños en situación de pobreza.

El despertador suena a las cinco de la mañana y empieza la vida para Maciel Vásquez. La joven de 28 años sale de la cama y se viste con un buzo gris, su uniforme de trabajo. Ingresa a la cocina. Sirve la avena que preparó la noche anterior para su esposo —quien en una hora debe salir hacia la obra de construcción donde trabaja— y sus dos hijos: Daniel*, de 8 años, y Benji, de año y medio. En El Porvenir, un barrio popular del distrito de La Victoria, otras familias siguen una rutina similar. Quizá la diferencia es que Maciel se prepara para cuidar a esos niños que ahora desayunan en sus propias casas. A las 7:30 a.m., ella baja las escaleras del edificio donde vive hace casi diez años, junto a sus hijos y un coche de bebé: Benji puede caminar, pero no es sencillo llevarlo de la mano por la calle, por lo que se ayuda con este vehículo de cuatro ruedas. Primero deja al mayor en el colegio. Después, con el más pequeño, se dirige hacia el destino de esta fría mañana: el centro infantil de atención integral del programa Cuna Más llamado Joyitas del Porvenir, una construcción de un piso, pintado de verde claro, con rejas de metal y dos árboles pequeños en el frontis. Este es uno de los dos mil locales de todo el país donde las familias de zonas en situación de pobreza y pobreza extrema pueden solicitar el servicio de cuidado para sus niños con edades de entre seis a treinta y seis meses. Actualmente, solo treinta y nueve de estos centros funcionan de forma presencial en Lima. Joyitas del Porvenir es uno de ellos.

Maciel se desempeña como madre cuidadora aquí, de lunes a viernes, de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. Su cargo, que solo es ocupado por mujeres, representa la primera línea de atención que brindan los locales de Cuna Más. Este programa del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social se creó en el año 2012 sobre la base del servicio estatal Wawa Wasi (que funcionó desde 1993) y hoy atiende a cerca de 60 mil menores en todo el país. En El Porvenir, la demanda por esta atención es grande. A solo unas cuadras del centro se encuentra el emporio comercial de Gamarra, un lugar que aglomera a más de 100 mil trabajadores y trabajadoras, tanto en talleres de confección textil como en tiendas y almacenes. Muchas de las mujeres que trabajan allí necesitan dónde dejar a sus hijos. Hace años, Maciel estuvo en su lugar.

—Conocí Cuna Más por mi otro hijo, el mayor. Yo trabajaba en Gamarra como vendedora y el servicio me ayudaba bastante, porque en ese tiempo estaba todo el día fuera de casa —cuenta. En ese entonces, hace seis años, Maciel también contaba con el apoyo de su mamá, quien recogía a Daniel de Joyitas del Porvenir y se quedaba con él hasta que Maciel regresara a casa.

En el Perú, las labores de cuidado recaen principalmente en las mujeres. El tiempo que ellas pueden destinar a estudiar y tener un empleo, está condicionado por las horas que dedican a las tareas en sus hogares. En especial si tienen hijos. Según la investigación Tiempo de Cuidados, de Oxfam Perú, las mujeres con hijos destinan un promedio de 48 horas semanales al trabajo doméstico no remunerado: casi siete horas diarias, y el 93% de quienes son madres señala que no forma parte del mercado laboral debido a esas ocupaciones.

Una cuna o guardería permite a las mujeres contar con más tiempo para trabajos remunerados. En el caso del servicio de cuidado que brinda Cuna Más, hay evidencias de ese beneficio, aunque es muy limitado. De acuerdo a un informe elaborado por el Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES) y el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), Cuna Más incrementó en 14% la probabilidad de las mujeres usuarias de tener un empleo. El panorama fue distinto cuando los investigadores analizaron las condiciones de empleo de las madres cuidadoras. El bajo estipendio que reciben y su carencia de derechos laborales fueron calificados como deficiencias del programa.

El programa Cuna Más funciona con un modelo de cogestión. Esto quiere decir que el Estado otorga recursos y capacitación a organizaciones comunales para que brinden el servicio. Las madres cuidadoras son elegidas por estos grupos y firman un convenio con Cuna Más, pero no son servidoras públicas. Cumplen jornadas a tiempo completo, pero su estatus es de voluntarias. Como consecuencia, no reciben un sueldo sino una “propina”, que actualmente es de S/ 460 para quienes recién empiezan, como Maciel, y de S/ 510 para quienes tienen más de un año en el programa. Luego de años de servicio, solo existe la opción de ascender a madre guía, un puesto con mayor responsabilidad y un pago de S/ 540. En resumen, incluso las mujeres que llegan a lo más alto de la jerarquía laboral apenas reciben poco más de la mitad del sueldo mínimo (S/ 1.025). Además, no están en planilla, no reciben el beneficio de un seguro de salud ni de aportes para su jubilación. Podría considerarse “un trabajo informal en el sector formal”, concluye el informe del CIES y el IEP.

—Todo ingreso es una ayuda, pero sí creo que es muy poco —comenta Maciel esta mañana—. Yo tengo la suerte de verlo como usuaria y como trabajadora. Cuando ya estás acá, te das cuenta del trabajo que hacen las madres cuidadoras. Todo el día deben interactuar con los pequeños, atenderlos, estar pendientes de sus cuidados. Como mamá, no tengo ninguna queja. Puedo estar tranquila porque sé que mi hijo está bien.

A nivel nacional, hay 8 mil 405 madres cuidadoras. La mayoría de estas mujeres tienen entre 26 y 35 años y no cuentan con estudios superiores. Para ellas, sobre todo si tienen hijos como usuarios del programa, trabajar en Cuna Más resulta una oportunidad de trabajo conveniente, aun cuando la compensación económica es baja. Quienes deciden optar por esta labor, como Maciel, también señalan otro motivo: su amor por los niños.

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Maciel Vásquez siente que los niños se encariñan con ella fácilmente. A ella le pasa igual. En cada uno, recuerda un detalle de sus hijos.
Foto: Max Cabello

Guardianas de la infancia

Después de lavarse las manos, colocarse el mandil rojo con líneas celestes de Cuna Más, cubrirse los pies y el cabello con unos protectores, y ajustarse la mascarilla, las cuidadoras están listas para dar la bienvenida a los niños de Joyitas del Porvenir. El local, ubicado en medio de un complejo deportivo de la Municipalidad de La Victoria, tiene un par de rejas de metal en la entrada, donde madre e hijo se separan: Benji debe ir con otra cuidadora a la sala de bebés. Maciel, en cambio, está a cargo de niños más grandes, de dos años a más. “¡Mis hijitos!”, dice cuando los ve ingresando. Se ríen, la abrazan. Algunos le dicen miss, otros le dicen mamá. Todos le dan cariño.

En un mes, una madre cuidadora pasa alrededor de 160 horas con los niños que son parte del programa. Los escuchan decir sus primeras palabras, los ven dar sus primeros pasos y, más rápido de lo que quisieran, los ven crecer. Juegan con ellos, les dan de comer, los acurrucan para dormir, calman su llanto, les cambian la ropa y los pañales. Son, después de sus padres y familiares cercanos, quienes más los conocen. Eso también las convierte en actores clave para el principal objetivo de Cuna Más: el desarrollo infantil temprano.

Las madres cuidadoras cumplen jornadas a tiempo completo, pero su estatus es de voluntarias. No reciben un sueldo sino una “propina”, que actualmente es de S/ 460 para quienes recién empiezan, y de S/ 510 para quienes tienen más de un año en el programa.

En 2017, por encargo del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, los investigadores Gabriela Guerrero y Juan León realizaron un informe de evaluación del impacto del servicio de cuidado diurno de Cuna Más. Los resultados de su análisis mostraron que existía un efecto positivo en el desarrollo de los niños que acudían a las cunas del programa, evaluando aspectos como la comunicación verbal efectiva y la regulación de emociones. Sin embargo, los investigadores listaron una serie de recomendaciones, entre ellas: la necesidad de mejorar los incentivos, sobre todo el pago que se les ofrece a las madres cuidadoras para así asegurar que se queden en el programa.

“Un niño se desarrolla en la medida que interactúa con el medio físico y social que lo rodea. En casa, ese medio social pueden ser sus padres, sus abuelos. En este servicio de Cuna Más, son las madres cuidadoras. Son ellas quienes están allí para los niños y van a ser clave para lograr los resultados del programa, si están capacitadas y fortalecidas para cumplir ese rol”, explica Gabriela Guerrero, investigadora principal del Grupo de Análisis para el Desarrollo (GRADE).

En Cuna Más, la manera en la que se capacita a las madres cuidadoras es a través de la estrategia de cascada. El programa entrena primero a formadores, profesionales que capacitan a los acompañantes técnicos. Luego estos últimos se encargan de preparar y apoyar a las cuidadoras y a otros actores comunitarios que participan en el servicio de las cunas. Las madres cuidadoras, sin embargo, siguen recibiendo inducciones todos los meses. “También tenemos un tipo de acompañamiento donde el personal técnico asiste y observa la dinámica de la cuidadora con los niños y le da retroalimentación para que mejore sus interacciones”, indica Valeria Díaz, encargada de la coordinación de formación y desarrollo de capacidades de la Unidad Técnica de Atención Integral de Cuna Más.

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En su juventud, Roxana Cuya quería estudiar Educación Inicial. Cuando su hermana le sugirió ser cuidadora en Cuna Más, supo que era el momento de vivir su vocación.
Foto: Max Cabello

En los meses que ha pasado Maciel Vásquez como cuidadora, ha notado que todo lo que le enseñan en el programa le sirve también en casa. No hay un manual para ser madre, pero la experiencia de trabajo en Cuna Más es como un curso práctico en métodos de crianza. La forma de hablarle a los niños, los juegos que estimulan su desarrollo, hasta la comida que les dan. Maciel toma nota de todo.

—Uno aprende todos los días. Acá todo es organizado, todo con horarios. Ahora en mi casa es así también. Mi hijito ya se acostumbró. Lo que veo acá trato de preparar allá también. Estar acá me ha dado más orden.

La capacitación que reciben las voluntarias es considerada por Cuna Más como otro incentivo. Además, el programa también busca reconocer públicamente a las madres cuidadoras a través de la certificación de sus competencias. Esta certificación, con vigencia de cinco años, es brindada por una entidad autorizada por el Sistema Nacional de Evaluación, Acreditación y Certificación de la Calidad Educativa (Sineace) luego de evaluar sus conocimientos, habilidades y destrezas. Según indica la directora ejecutiva de Cuna Más, Lourdes Sevilla, en el 2020 se certificó a 431 facilitadoras del servicio de acompañamiento. Ahora, tienen previsto seguir con las voluntarias del servicio de cuidado diurno.

Para Gabriela Guerrero, quien ha realizado diversos estudios sobre este programa público, la certificación es un paso en la dirección correcta: la profesionalización de las cuidadoras. Sin embargo, considera que el reconocimiento también debería manifestarse en los incentivos económicos. "Se tiene que dejar de pensar en ellas como voluntarias y empezar a pensar en ellas como una fuerza laboral. Si no, las personas que se certifican y se profesionalizan, se van a ir", explica.

Una formación en cuidados

Once de la mañana. A diecisiete kilómetros de Joyitas del Porvenir, en un centro de Cuna Más que se ubica en la cuesta de un cerro del asentamiento humano Nuevo Milenio, en el distrito de San Juan de Lurigancho, el más poblado del país, los niños terminan el refrigerio de la mañana y empiezan sus actividades de aprendizaje. El local solo cuenta con una habitación, sin salas que dividan a los niños por edades. Al lado de una ventana, un grupo observa con atención a una madre cuidadora que canta y baila mientras toca la pandereta. Se llama Caterin Gutiérrez, tiene 25 años y su voz tiene el tono risueño que caracteriza a quienes están acostumbrados a tratar con niños pequeños. Aunque la mascarilla cubre parte de su rostro, se nota que está sonriendo.

–Antes no me gustaba bailar, pero ahora ya me muevo y parezco, como dicen, ‘la bichota’ —dice Caterin, quien labora en este centro, llamado Amiguitos de Jesús, desde el 2019—. Estoy aquí con los bebés, y los bebés me imitan, graciositos son.

En este lugar, Caterin también aprendió a narrar cuentos infantiles y le agarró el gusto a las manualidades. Pero dice que el mayor cambio ha sido aprender a “soltarse”. Como otras madres cuidadoras, continúa su entrenamiento hasta ahora, pues cada mes recibe charlas y realiza dinámicas sobre temas de crianza, nutrición, salud mental y estrategias de aprendizaje. Hoy ella tiene la aspiración de ser enfermera y especializarse en la atención de niños. Cree que la experiencia aquí le ayudará.

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Caterin Gutiérrez empezó a trabajar como madre cuidadora cuando su hijo era usuario de Cuna Más. Aunque el pago que recibe es bajo, valora cuánto ha aprendido en el puesto.
Foto: Max Cabello

El tiempo que los niños pasan en Cuna Más podría parecer solo de juego, pero las actividades que realizan en el servicio de cuidado diurno tienen como meta el desarrollo infantil temprano. Según señala la dirección ejecutiva del programa, aspectos como el apego seguro, el caminar solos, el adecuado estado nutricional, la comunicación efectiva, el buen comportamiento, la regulación de emociones y el pensamiento simbólico son algunos de los indicadores en los que buscan contribuir. Y todo empieza con que los niños adquieran una rutina donde alternan entre el juego, la alimentación, la higiene y el sueño. “En las ocho horas de la jornada, el niño tiene la oportunidad de interactuar con otros niños de su edad y con las madres cuidadoras en actividades de aprendizaje. Reciben un refrigerio en la mañana, el almuerzo y un refrigerio en la tarde. Después del almuerzo, también está previsto atender sus necesidades de descanso”, explica Jeannette Serna, coordinadora de servicios de la Unidad Técnica de Atención Integral de Cuna Más. Cada paso tiene horarios y reglas establecidas.

Esta mañana en Amiguitos de Jesús, el ambiente se siente caótico, pero controlado. Caterin canta. Una niña toca el xilófono. Algunos caminan mientras sostienen y tiran juguetes. Otros gatean. Las madres cuidadoras van tras ellos para evitar que se caigan o choquen. Hay algunos niños y niñas con sus mamás. Otros se sientan en una mesita y pretenden servir comida. Hay risas, balbuceos alegres. Un niño, de pronto, llora, y grita: “¡Mamáaaa!”. Una cuidadora lo calma. Pero el llanto regresa. Esta vez no para.

A diferencia del local de La Victoria, los niños de Amiguitos de Jesús aún no han tenido tiempo para adaptarse, pues apenas regresaron a la presencialidad en julio de este año: es decir, hace poco más de un mes. Normalmente, cuando un niño es nuevo, se pide a su mamá, papá o tutor que vaya unos días por la mañana, para que la separación sea gradual. Ese proceso solía durar una o dos semanas. Ahora el camino parece más largo.

–En la pandemia los niños han estado encerrados y se han apegado bastante a sus papitos —explica Roxana Simon, una joven de 25 años, natural de Huancayo y madre cuidadora en este local de San Juan de Lurigancho—. Antes era más tranquilo. Después del almuerzo, se echaban en sus colchonetas y se dormían. Ahora no. Tienes que distraerlos todo el rato. Comen y vuelven a jugar. No duermen.

Después de cuatro años en el puesto, Roxana se siente preparada para el reto. Algo que no pasaba cuando recién empezó y vivió un caos similar.

—Yo estaba súper perdida. Había un niño que mordía, no sabía qué hacer, cómo reaccionar. Quería agarrar mis cosas e irme. El primer día dije no, yo no puedo con esto —cuenta Roxana, con la sonrisa de quien ha superado un momento complicado.

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En cuatro años como cuidadora, Roxana Simon ha aprendido a reconocer en el llanto de los niños los problemas que llevan de casa. Aspira a ser psicóloga infantil.
Foto: Max Cabello

Ahora, con la reapertura de los centros de Cuna Más, no son uno o dos niños los que necesitan adaptarse. Todos los que acuden al servicio de cuidado son nuevos. Y si ya es difícil calmar a un pequeño que llora por su mamá, calmar a diez o veinte que lloran al mismo tiempo definitivamente es agotador. No todas las madres cuidadoras se adaptan. En Joyitas del Porvenir de La Victoria, por ejemplo, el regreso a la presencialidad generó la salida de dos cuidadoras. Catherine Alfaro, acompañante técnica que monitorea ese local, explica que hubo preparación y capacitación con miras a la reactivación del servicio presencial, pero cuando se hizo realidad, resultó abrumador para algunas. “En ese momento se frustraron y no pudieron seguir. Algunas mamitas con el estrés se sentían frustradas de no poder tranquilizar a los niños. Ellos lloraban y ellas se estresaban”, comenta.

Voluntarias que no se quedan

Hay distintas razones por las que una madre cuidadora puede decidir renunciar al programa. En respuesta a un cuestionario enviado por Salud con lupa, Lourdes Sevilla, directora ejecutiva de Cuna Más, señala que estos motivos están relacionados principalmente a nuevas oportunidades laborales que les permitirían mejorar su situación económica, el desarrollo de otros proyectos personales o la migración a otras regiones o provincias. En todos esos casos, indica, el programa realiza una convocatoria en la comunidad y pone en marcha procesos de inducción y capacitación.

¿Con cuánta frecuencia se presenta esa situación? En un estudio publicado por GRADE en 2017, Virginia Rey-Sánchez encontró que casi la tercera parte de las madres cuidadoras de Cuna Más desertaba del puesto, motivadas en parte por el reducido pago que recibían. En entrevistas realizadas por la investigadora a funcionarios y técnicos del programa, estos apuntaron que la alta rotación de cuidadoras era “uno de los problemas más álgidos, sino el peor, que tiene el servicio”. Este problema no es solo de pérdida de personal, sino también de una inversión en capacitación que finalmente no resulta rentable. Y según resalta el estudio, la alta rotación es un problema que persiste desde los tiempos del Wawa Wasi.

De acuerdo con un análisis realizado por Salud con lupa, en los diez años de existencia del programa Cuna Más, el tiempo promedio de permanencia de las madres cuidadoras ha sido de 18 meses. Si bien hay mujeres que han permanecido por más de una década, han sido más frecuentes los casos de cuidadoras que dejaron el puesto antes de los dos años.

Para Gabriela Guerrero, el problema de la alta rotación en Cuna Más debe hacernos reflexionar sobre el sentido de mantener a las madres cuidadoras como voluntarias. “Una pregunta que tenemos que hacernos es: ¿dónde están los límites entre el trabajo voluntario que un actor social puede darle a un programa del Estado por el bien de su comunidad? ¿Cuarenta horas a la semana sigue siendo un trabajo voluntario?”, cuestiona.

Cuando Wawa Wasi finalizó el monto que recibían las cuidadoras era de S/ 190. Luego, con la implementación de Cuna Más, empezaron a recibir de S/ 300 a S/ 360, hasta alcanzar el rango actual de S/ 460 a S/ 510. Este mes, el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social anunció un incremento de S/ 100 en el estipendio para el 2023. Esta mejora, sin embargo, no va de la mano con un cambio en la condición de las madres cuidadoras. Ellas seguirán siendo voluntarias.

Las madres que sostienen Cuna Más

Después del almuerzo de los niños en el local Joyitas del Porvenir, se acerca la hora de más calma. Es la una de la tarde y aún hay niños que comen fruta o toman refresco, pero también se observan pequeños rostros somnolientos apoyados en las mesas. Roxana Cuya, una de las madres cuidadoras más experimentadas de este local de La Victoria, levanta en brazos a un niño que se quedó dormido. En la sala, toma una colchoneta y la extiende para recostarlo con cuidado. Ya echado, lo cubre con una manta, con la delicadeza de una madre. Poco después, Maciel Vásquez lleva cargado a otro niño y empiezan a alistar las colchonetas para los que faltan.

En las otras salas, pasa lo mismo. Cada vez son menos las risas y las voces que se escuchan. Sin embargo, algunos niños requieren más trabajo. Roxana C. y Maciel los mecen de un lado a otro, despacio, a un ritmo acompasado, hasta que los ojitos se cierran. Entonces llega la oportunidad que tienen las madres cuidadoras para almorzar. Si todos duermen, tendrán al menos una hora, o quizá más, para poder descansar y revisar su celular para responder mensajes, ver vídeos, hacer alguna llamada, distraerse de la jornada. Hoy esa pausa es también un momento para pensar. ¿Qué las motiva a ser cuidadoras voluntarias de Cuna Más?

Cuando inició la emergencia sanitaria, Maciel se quedó sin trabajo. En ese mismo período, tuvo a Benji, el menor de sus hijos. Las posibilidades de conseguir un trabajo teniendo a su cargo al bebé eran casi nulas. En abril de este año, cuando Joyitas del Porvenir volvió a abrir sus puertas, ya tenía con quién dejar a Benji hasta las cuatro de la tarde, pero en la mayoría de trabajos no iba a poder salir a esa hora. Hace años, cuando su hijo Daniel estaba en la cuna, su mamá le ayudaba recogiéndolo. Ahora, eso no es posible porque ella trabaja. Por eso, cuando supo que en el local de Cuna Más estaban buscando una madre cuidadora, no dudó en postular.

—En mi caso, yo no terminé de estudiar. No tengo una profesión para ganar alguito más. Cuando estaba en Gamarra, el sueldo era bueno, pero el horario era complicado. Entonces cuando me salió este trabajo fue como ideal. Acá estoy cerca de mi hijo, no gasto pasaje, no gasto comida. Es algo que me conviene.

Su gusto por trabajar con niños es otra de las razones que encontró a favor. El punto en contra es el reducido pago. Si bien su esposo trabaja y cuenta con un ingreso mayor, Maciel debe cumplir con otra responsabilidad: tiene una hija de 12 años de otro compromiso que no vive con ella, por lo que le envía una pensión. Ese monto es cubierto por la mayor parte del pago que recibe en Cuna Más.

Roxana C., de 44 años, llegó a ser madre cuidadora por sugerencia de su hermana, quien también trabaja en Joyitas del Porvenir. En su juventud, Roxana quiso estudiar Educación Inicial, pero fue un sueño que no se concretó. Luego empezó la carrera de Administración de Empresas y, cuando tuvo a su primera hija, dejó los estudios. Ser parte de Cuna Más le dio la oportunidad de trabajar con niños, como antes aspiraba. Otra motivación fue que su nieta entró a la cuna junto a ella, en 2018. Así, todo cuadraba perfecto: podía salir del local con la pequeña y cuidarla el resto de la tarde, mientras la mayor de sus hijas trabajaba. A veces sus amigos le preguntan por qué sigue trabajando aquí si le exigen tanto y le pagan tan poco. Incluso, le ofrecieron trabajar en una fábrica de confección, donde ganaría más de mil soles por cumplir un horario de lunes a sábado, de siete de la mañana a siete de la noche.

–Pero me da pena. Si salgo, ¿quién entrará? ¿Se acostumbrará? Me da pena por los niños. ¿Y también qué pasa si yo no me acostumbro? De repente quiero volver y ya el puesto está ocupado, no voy a poder regresar.

Lo que está claro para ella es que si no contara con el apoyo de su esposo, quien trabaja como taxista, no tendrían cómo sostenerse. Aún tienen a su cuidado a una hija de 17 años, y siguen dando apoyo a la mayor, de 25 años, junto a su nieta. “Si yo fuera madre soltera, no me alcanzaría”, confiesa.

Esa es justamente la situación de Caterin Gutiérrez, madre cuidadora en el local Amiguitos de Jesús de San Juan de Lurigancho. Ella es el único soporte económico para su hijo, para quien tiene que cubrir colegio, alimentación, vestido y más. Sus padres les dan vivienda y la menor de sus hermanas, de 15 años, le ayuda cuidando al pequeño en las noches, porque para Caterin el trabajo no termina a las cuatro de la tarde cuando sale de Cuna Más.

–Yo hago cachuelitos porque acá solo es como una propina —explica—. También limpio departamentos, cuartos. Así es como me gano la vida, porque para venir aquí también gasto en pasajes. Por más que esté cerca, tomo una moto para llegar. En vacaciones subía caminando, pero ya empieza el colegio de mi bebé y tengo que madrugar.

“Tenemos que preguntarnos: ¿dónde están los límites entre el trabajo voluntario que un actor social le da a un programa del Estado? ¿40 horas a la semana sigue siendo un trabajo voluntario?”, apunta Gabriela Guerrero, especialista en políticas públicas.

Hubo un tiempo en que Caterin dejó de ser madre cuidadora para trabajar en una empresa de limpieza que le pagaba S/ 300 a la semana, aparte de comisiones. Sin embargo, el horario era de siete de la mañana hasta las ocho o nueve de la noche, y tenía que tomar dos carros para llegar hasta allá. No pudo seguir. Además del cansancio que sentía, le preocupaba el poco tiempo que pasaba con su hijo. Por eso regresó a Amiguitos de Jesús.

En el estudio que el CIES y el IEP elaboraron sobre Cuna Más, se encontró que las madres cuidadoras se quedan en el programa, a pesar de la baja remuneración, porque sus hijos van al centro donde ellas trabajan, este está poca distancia de donde viven, el horario les permite dedicarle tiempo a su hogar, es un buen precedente para luego conseguir un buen empleo en otro lado, y —muy importante— porque tienen amor por los niños. Las experiencias de las cuidadoras entrevistadas por Salud con lupa lo confirman.

Recientemente, el Gobierno presentó un proyecto de ley para crear un Sistema Nacional de Cuidados. La iniciativa plantea que se reconozca el derecho al cuidado y por ende, que se generen políticas para garantizar el bienestar, calidad de vida y desarrollo integral tanto de las personas que requieren cuidado como de quienes los brindan. Además, fija el objetivo de reducir las labores de cuidados no remunerados y la desigualdad de género en la división de estas labores. Sin embargo, no se ha evaluado que el programa Cuna Más considere las labores de cuidado como un trabajo y ya no como un voluntariado. Tampoco se ha cuestionado que el puesto de madres cuidadoras, como su nombre lo advierte, solo sea ocupado por mujeres.

Llegan las cuatro de la tarde y las madres cuidadoras en los locales Joyitas del Porvenir y Amiguitos de Jesús despiden a sus niños y niñas. La dinámica es la misma en ambos lugares: en medio de abrazos y risas, conversan un rato con los padres y luego los ven alejarse. Después dejan todo ordenado para el día siguiente, se quitan el mandil y los protectores del cabello y vuelven a ponerse los zapatos con los que llegaron. Solo entonces, Maciel Vásquez, Roxana Cuya, Caterin Gutiérrez y Roxana Simon, que han pasado ocho horas trabajando, vuelven a sus propias funciones como madres y soportes de sus hogares. Maciel irá a preparar la lonchera de su hijo y de su esposo, Roxana C. quedará a cargo de su nieta, Caterin irá a limpiar departamentos, Roxana S. estará con su hijo. Y el día mañana todo seguirá siendo igual.

*Se ha cambiado el nombre de los menores de edad para proteger su identidad.

Este reportaje forma parte de las investigaciones que realiza Salud con lupa con apoyo del Pulitzer Center y la beca Early Childhood del Dart Center for Journalism and Trauma.

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