Opinión

Los zoológicos tienen que cambiar

Para justificar su existencia, deben hacer que la conservación sea su máxima prioridad.

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Los zoológicos pueden ayudar a la conservación de los tigres criando a estos animales en peligro de extinción en cautividad y estudiando sus niveles de estrés y hormonas.
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Cuando era niño, mis padres nos llevaron a un zoológico: de esos en los que se veían animales encerrados en jaulas. Recuerdo que miraba con admiración a un par de osos enjaulados que estiraban sus patas para recibir comida. Las cosas han cambiado. A mis hijos les horrorizaría ver animales encerrados así. Hoy esperamos que los animales vivan en entornos más naturales y que los zoológicos hagan más por hacer que el mundo sea un mejor lugar. Para justificar el cautiverio de los animales, esperamos que los zoológicos ayuden en la conservación.

Los zoológicos pueden albergar una gran labor de conservación. A veces actúan como una especie de arca de Noé para albergar y proteger animales en peligro de extinción. Hay unas 40 especies animales catalogadas como “extinguidas en estado salvaje”; ellas existen sobre todo en colecciones en cautividad, incluidos los zoológicos. Estas colecciones se utilizan para el estudio, para poner en marcha programas de cría y, cuando es posible, para reintroducir los animales en la naturaleza.

Pero no todos los zoológicos hacen suficiente de esta labor. Apoyo la recomendación de algunos investigadores de que los zoológicos destinen al menos el 10 % de sus ingresos a la conservación de la biodiversidad. Lamentablemente, un estudio de 1999 de la Asociación de Zoológicos y Acuarios mostró un gasto medio de solo el 0,1 %. Es decir, 100 veces menos.

Por supuesto, algunos zoológicos hacen mucho. Por ejemplo, el zoológico de Perth, en Australia occidental, informó en 1999-2000 que gastó más de 1 millón de dólares, de sus ingresos de casi 6 millones de dólares, en la cría de siete especies amenazadas para su reintroducción (entre ellas la tortuga de pantano occidental, el cuol occidental y el numbat rayado). En otras palabras, destinaron al menos el 18 % de sus ingresos a la conservación. Según un informe de 2015 de la Asociación Mundial de Zoológicos y Acuarios, estas instituciones en todo el mundo recaudan anualmente 350 millones de dólares para la conservación de la vida salvaje. Eso es aproximadamente lo mismo que WWF International —una de las instituciones más famosas en la conservación de la biodiversidad— gasta actualmente en programas de conservación cada año.

Los zoológicos han ayudado a reintroducir muchos animales a su hábitat natural, como el hurón de patas negras en Estados Unidos, el caballo de Przewalski en Mongolia, el rascón de Guam (un ave no voladora) y el zorro isleño de las Islas del Canal de California. Los zoológicos también pueden ayudar en situaciones de crisis: cuando los incendios forestales arrasaron Australia en el verano de 2019-2020, Zoos Victoria formó parte de una respuesta liderada por el estado para ayudar a la vida silvestre.

Si los zoológicos estuvieran totalmente dedicados a la función de conservación, cabría esperar que albergaran sobre todo especies amenazadas. Pero está claro que casi todos los zoológicos albergan especies no amenazadas en cantidades mucho mayores. Muchos zoológicos se centran en los grandes mamíferos y aves que atraen al público y ayudan a los zoológicos a ganar dinero, incluidos elefantes y jirafas; bastantes zoológicos existen únicamente como negocio de entretenimiento. En los tiempos que corren, me parece inadecuado. El posible perjuicio para el bienestar de cada animal es un precio demasiado alto de pagar si es solo para el entretenimiento.

Esto no quiere decir que los zoológicos no deban ser un negocio. El cuidado y la alimentación de los animales pueden ser extremadamente caros: los gastos de alimentación de los mamíferos del zoológico de Chester, en Inglaterra (que alberga decenas de miles de animales), superan los 700.000 dólares al año. Creo que merece la pena que los zoológicos abran sus puertas al público para recuperar parte de este dinero, y que mantengan animales más allá de los que crían o estudian por motivos de conservación para atraer el interés y la atención —siempre que los animales se mantengan en condiciones moralmente aceptables que garanticen su bienestar—.

Abrir las puertas al público, por supuesto, tiene un segundo beneficio: la educación. En Estados Unidos, 183 millones de personas visitaron zoológicos y acuarios en 2022; casi diez veces más que los que asistieron a partidos de fútbol americano profesional. La oportunidad para la educación es enorme. Sin embargo, mucha gente no se molesta en leer los carteles educativos. Y aunque los espectáculos con animales son populares y buenos para transmitir información, también pueden implicar, polémicamente, el adiestramiento de animales. Muchos estudios demuestran que la gente tiende a retener conocimientos sobre los animales de las visitas a los zoológicos, pero es discutible que eso se traduzca en acciones a favor del medio ambiente.

Me parece intuitivo que visitar animales en la vida real ayuda a apreciar el mundo natural. Las gafas de realidad virtual y las películas sobre la vida salvaje valen la pena, pero no son lo mismo. Un amigo mío que trabaja en el Amazonas lo explica así: “Para amar la selva, hay que olerla”. La inmersión total en entornos reales es una experiencia poderosa difícil de reproducir.

Algunos zoológicos han adoptado el prometedor enfoque de One Plan, que anima a los zoológicos a trabajar en colaboración con investigadores y comunidades locales en actividades de conservación. Un buen ejemplo es el programa de cría para la conservación del bandicot oriental australiano de Zoos Victoria.

Todos los zoológicos deberían hacer de la conservación su máxima prioridad, que inevitablemente irá acompañada de la educación y la investigación. Sin eso, un zoológico se convierte en un mero negocio: un negocio que el mundo estaría mejor sin él.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

Rafael Miranda es biólogo de la conservación en el Instituto de Biodiversidad y Medioambiente (BIOMA) de la Universidad de Navarra en Pamplona, España.

Este artículo apareció originalmente en Knowable en español.

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