Opinión

Los impuestos a las gaseosas no pueden revertir la epidemia de obesidad

Pueden ser útiles, pero solo si están bien diseñados y se combinan con otras políticas.

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Una sola lata de refresco de 12 onzas puede contener más de 10 cucharaditas de azúcar; beber solo una supera los límites diarios de azúcares añadidos recomendados por la American Heart Association.
foto: freepik

Muchos defensores de la salud pública y académicos consideran que los impuestos a las bebidas azucaradas (a menudo denominados simplemente impuestos a las gaseosas) son fundamentales para reducir la obesidad y sus efectos nocivos para la salud.

Pero un examen detenido de los datos cuestiona esta opinión. Hemos revisado cerca de 100 estudios que han analizado los impuestos actuales en más de 50 países y hemos realizado nuestra propia investigación sobre la eficacia de los impuestos sobre los refrescos en Estados Unidos. No hay pruebas concluyentes de que los impuestos a las gaseosas hayan reducido de forma significativa el consumo de azúcar o de calorías. Los impuestos sobre las gaseosas por sí solos no pueden incitar a los consumidores a elegir alimentos más sanos.

La Organización Mundial de la Salud calcula que más de 17 millones de personas mueren prematuramente cada año por enfermedades crónicas no transmisibles. El sobrepeso o la obesidad son importantes factores de riesgo de muchas de estas afecciones, como la diabetes de tipo 2, las enfermedades cardiovasculares, el asma y varios tipos de cáncer. Un informe de la Comisión Lancet de 2019, ampliamente difundido, cifró en 2 billones de dólares los costos sanitarios anuales relacionados con la obesidad y las pérdidas de productividad económica, alrededor del 3 % del producto interior bruto mundial.

El consumo de grandes cantidades de azúcares añadidos es una parte clave de este problema. Una sola lata de refresco de 12 onzas puede contener más de 10 cucharaditas de azúcar; beber solo una supera los límites diarios de azúcares añadidos recomendados por la American Heart Association. Es fácil ver por qué reducir el consumo de gaseosas ha sido un objetivo popular en la guerra contra la obesidad.

Se podría pensar que gravar las gaseosas elevaría sus precios y disuadiría a los consumidores de comprarlas. Con esta idea en mente, se ha producido una oleada de impuestos sobre las bebidas azucaradas en todo el mundo. Por ejemplo, las ciudades de la zona de la bahía de California han impuesto un impuesto de un centavo por onza a las bebidas azucaradas (un aumento de precio aparentemente grande si se tiene en cuenta que el costo de los refrescos es de unos 5 centavos por onza en el oeste de Estados Unidos).

Sin embargo, incluso los impuestos considerados más eficaces hasta la fecha, como el impuesto británico a la industria de las gaseosas, se correlacionan con una reducción de la ingesta de azúcares añadidos de una persona media de solo 18 calorías (poco más de una cucharadita) al día. Estas reducciones pueden anularse consumiendo solo una cucharadita de helado o dos papitas tostadas o fritas.

Entonces, ¿por qué han sido tan ineficaces estos impuestos?

En primer lugar, a menudo se asume que todos los impuestos serán trasladados a los consumidores. Esto rara vez sucede. Las empresas absorberán los impuestos si trasladarlos al consumidor resulta en una disminución de las ventas que conlleva mayores pérdidas financieras. El trabajo que realizamos con Hairu Lang, nuestro estudiante de doctorado, demostró que, en promedio, solo la mitad de los impuestos locales a las gaseosas en EE.UU. se añaden a los precios de los productos. Las compras cambian relativamente menos que los precios, y los ingresos por ventas aumentan. Un aumento del precio del 10 % en la zona de la bahía de California reduce las compras de bebidas gravadas entre un 5 % y un 7 %, en promedio.

Las políticas destinadas a reducir significativamente los azúcares añadidos o las calorías totales consumidas no pueden ser eficaces si se dirigen solo a un pequeño grupo de productos, como las bebidas gaseosas

En Estados Unidos, los impuestos a las gaseosas solo se aplican en un puñado de ciudades. Varios estudios demuestran que los consumidores simplemente compran refrescos en lugares cercanos que no tienen impuestos sobre las gaseosas. Un estudio realizado en 2020 reveló una impresionante reducción del 46 % en las ventas de bebidas gravadas en respuesta al impuesto de 1,5 centavos por onza de Filadelfia, pero más de la mitad de esa reducción de las ventas se vio compensada por las compras transfronterizas.

Utilizando datos más recientes, encontramos reducciones medias de ventas mucho menores en las tiendas de Filadelfia (del 18 % al 25 %), que se reducen aún más por las compras transfronterizas. Puede que siga pareciendo una reducción bastante grande de las ventas, pero el impacto en el consumo de azúcar es pequeño. Y la gente no está comprando bebidas más sanas en su lugar.

Algunas personas creen que los impuestos a las bebidas gaseosas también pueden ser una herramienta eficaz para abordar las desigualdades sanitarias. Las comunidades de bajos ingresos y racialmente diversas tienden a consumir muchas bebidas azucaradas y sufren de forma desproporcionada la obesidad y los problemas de salud asociados a ella. En teoría, los impuestos sobre los refrescos podrían ser un incentivo especialmente útil para que estas familias consumieran bebidas más saludables. Pero los datos sugieren lo contrario. Hemos observado que una mayor proporción del impuesto se repercute en los consumidores de los barrios con rentas más bajas (y con mayor diversidad racial), y que estos hogares responden menos a las subidas de precios que los habitantes de los barrios más ricos. Esto significa que los hogares con bajos ingresos soportan una carga más pesada de los impuestos a las gaseosas y no están experimentando los beneficios prometidos para la salud.

A veces, los defensores de esta medida señalan que los ingresos procedentes de los impuestos sobre las bebidas gaseosas pueden redirigirse a programas que beneficien a esos mismos hogares. Pero, sin duda, esos programas pueden financiarse de forma más directa y equitativa reasignando los fondos recaudados con el impuesto sobre la renta.

¿Cómo podemos hacer algo mejor?

En primer lugar, los impuestos a las gaseosas que se imponen a escala nacional, en lugar de local, minimizan las compras transfronterizas. En segundo lugar, un impuesto sobre el contenido de azúcar en lugar del volumen de la bebida (con tipos impositivos más bajos para los productos menos azucarados) incentiva a los fabricantes a reducir el azúcar añadido a sus bebidas. Alrededor del 80 % de las reducciones globales del azúcar añadido comprado en el Reino Unido proceden de las reformulaciones de los fabricantes y no de la disminución de las compras.

En tercer lugar, las políticas destinadas a reducir significativamente los azúcares añadidos o las calorías totales consumidas no pueden ser eficaces si se dirigen solo a un pequeño grupo de productos, como los refrescos gaseosos. Los impuestos más amplios sobre el azúcar añadido a todo tipo de alimentos y bebidas, especialmente si se combinan con subvenciones que abaraten las alternativas más saludables (como frutas y verduras frescas), tienen más posibilidades de éxito.

Las campañas educativas, las políticas de etiquetado y los requisitos de información podrían aumentar aún más la capacidad de las personas para tomar decisiones más saludables. Hasta ahora, solo unos pocos países, como Chile, Perú y Uruguay, informan a los consumidores de los peligros del consumo excesivo de azúcar colocando en la parte delantera de los envases una etiqueta de advertencia evidente, con forma de señal de alto, que dice “alto contenido de azúcar” o “exceso de azúcar”.

Necesitamos más estudios que evalúen qué políticas, solas o combinadas, pueden reducir más eficazmente el consumo de azúcares añadidos. Pero ya sabemos —a pesar del respaldo de muchos investigadores y responsables políticos, así como de la atención que han recibido en los medios de comunicación— que los impuestos sobre las bebidas azucaradas no pueden provocar los cambios de comportamiento necesarios para revertir las tendencias de la obesidad.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

Kristin Kiesel y Richard J. Sexton son economistas conductuales del Departamento de Economía Agrícola y de los Recursos de la Universidad de California, Davis.

Este artículo apareció originalmente en Knowable en español.

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